Domingo XVII del tiempo ordinario, Amo, Señor, tus mandamientos.
PRIMERA LECTURA
Por haberme pedido sabiduría.
Del primer libro de los Reyes 3, 5-13
En aquellos días, el Señor se le apareció al rey Salomón en sueños y le dijo: "Salomón, pídeme lo que quieras, y yo te lo daré". Salomón le respondió: "Señor, tú trataste con misericordia a tu siervo David, mi padre, porque se portó contigo con lealtad, con justicia y rectitud de corazón. Más aún, también ahora lo sigues tratando con misericordia, porque has hecho que un hijo suyo lo suceda en el trono. Sí, tú quisiste, Señor y Dios mío, que yo, tu siervo, sucediera en el trono a mi padre, David. Pero yo no soy más que un muchacho y no sé cómo actuar. Soy tu siervo y me encuentro perdido en medio de este pueblo tuyo, tan numeroso, que es imposible contarlo. Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal. Pues sin ella, ¿quién será capaz de gobernar a este pueblo tuyo tan grande?".
Al Señor le agradó que Salomón le hubiera pedido sabiduría y le dijo: "Por haberme pedido esto, y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino sabiduría para gobernar, yo te concedo lo que me has pedido. Te doy un corazón sabio y prudente, como no lo ha habido antes, ni lo habrá después de ti. Te voy a conceder, además, lo que no me has pedido: tanta gloria y riqueza, que no habrá rey que se pueda comparar contigo".
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL del salmo 118, 57 y 72. 76-77.127- 128.129-130
R. Yo amo, Señor, tus mandamientos.
A mí, Señor, lo que me toca es cumplir tus preceptos. Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata. R.
Señor, que tu amor me consuele, conforme a las promesas que me has hecho. Muéstrame tu ternura y viviré, porque en tu ley he puesto mi contento. R.
Amo, Señor, tus mandamientos más que el oro purísimo; por eso tus preceptos son mi guía y odio toda mentira. R.
Tus preceptos, Señor, son admirables, por eso yo los sigo. La explicación de tu palabra da luz y entendimiento a los sencillos. R.
SEGUNDA LECTURA
Nos predestina para que reproduzcamos en nosotros mismos la imagen de su Hijo.
De la carta del apóstol san Pablo a los romanos 8, 28-30
Hermanos: Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, de aquellos que han sido llamados por él, según su designio salvador.
En efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica.
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Cfr. Mt 11, 25
R. Aleluya, aleluya.
Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla. R. Aleluya.
EVANGELIO
Vende cuanto tiene y compra aquel campo.
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 44-52
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
[También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?" Ellos le contestaron: "Sí". Entonces él les dijo: "Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas".
Palabra del Señor.
COMENTARIO (AUDIO Y TEXTO)
Amo, Señor, tus mandamientos.
Es ejemplar la petición del rey Salomón: “Te pido que me concedas sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal”. Y el mismo rey proclama en el salmo: “Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata”. A Dios le agradó que Salomón le pidiera Sabiduría, por encima de los bienes materiales, por lo que le responde: “te doy un corazón sabio y prudente, como no lo ha habido antes, ni lo habrá después de ti”. El poder, el dinero y cualquier otra herramienta, en manos de un insensato son veneno puro para él mismo y para los demás. En cambio, el sabio, pobre o rico, siempre será una bendición para todos.
La sabiduría y la prudencia que vienen de Dios son tesoros del Reino, de lo cual nos habla Jesús en el evangelio. El sabio entiende que el Reino de los cielos “es el tesoro más valioso”, “la perla más fina”, por lo que vale la pena vender todo con tal de adquirirlo (cfr. Mt. 13, 44-52).
La sabiduría y la prudencia son los tesoros más preciados que han buscado los hombres sensatos de la historia. Decía santo Tomás que “la sabiduría es la perfección más alta de la razón, de la cual es propio conocer el orden” (Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles, L. 1, Lec. 1, cap. 1). La sabiduría nos da razón de los principios y las causas de las cosas (Aristóteles, Metafísica 1, 981). De dicha sabiduría, surge el actuar prudente que hace al hombre virtuoso (Epicurío), lo conduce en la recta moral (Atistóteles) y a la verdadera felicidad (Crisipo).
Pero esa sabiduría, tan anhelada por tantos, se vuelve accesible en el evangelio como un don para los humildes. Para el humilde es entendible que desde los principios del Evangelio se puede ordenar todo en la vida.
Los tesoros materiales, si no les damos su lugar y significado justos, nos materializan, nos cosifican, nos atan demasiado. Y las luchas por tenerlos hacen que el hombre se enfrente constantemente contra el hombre. Los tesoros materiales tienen un límite y un precio, mientras el ser humano no puede ser encerrado en esos límites de la materia y del tiempo, ni subastarse en un precio. Desde lo más profundo de su ser, el hombre reclama trascendencia y plenitud, y eso sólo lo puede dar de modo cabal Dios. Por eso, Él es el tesoro más valioso. Pero no lo valoramos de ese modo cuando falta la sabiduría, la recta razón (Tomás de Aquino, S. T. Q. 58, Art. 4).
“Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a la felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles” (Roberto Belarmino).
Una fe que, por una parte, nos da la convicción de que existe Dios y de que nos ama, pero que, en la práctica, no permite que Dios influya en nuestra vida, termina siendo una fe que no nos lleva a apreciar la sabiduría divina, que no nos enseña a vivir. “La penitencia borra los pecados, pero la sabiduría los evita” (S. Ambrosio).
¡Señor, dame tu sabiduría! No pretendo gobernar un pueblo, como Salomón, pero sí necesito gobernar mi vida. Tu misericordia me levanta una y otra vez de mis iniquidades, pero si me das sabiduría podré ofenderte menos y servirte mejor.
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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